El poder del fuego: la historia de la energía
Discurso por Juan Carlos Sanabria, profesor del Departamento de Física de la Universidad de los Andes
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La historia que presento en este libro se remonta a hace un millón de años, cuando los humanos aprendieron a usar el fuego. Luego aprendieron a controlarlo y, por último, aprendieron a producirlo.
Gracias al fuego, hicieron fabulosos descubrimientos: Al usarlo, transformaron la madera en carbón, la arcilla en cerámica, la malaquita en cobre, y la hematita en hierro. También descubrieron fabulosas aleaciones entre estos metales: el bronce y el acero.
El fuego les permitió deforestar para crear pastizales para sus animales y tierras para sus cultivos. Hace unos ocho mil años, el ser humano descubrió la agricultura: la segunda gran revolución energética, después del fuego. Finalmente, hace trescientos años, el ser humano descubrió como transformar el fuego en movimiento: la tercera gran revolución energética.
Juan Carlos Sanabria en el lanzamiento de El Poder del Fuego, en la FilBo 2023.
Pero no solo fue eso. El ser humano también aprendió a usar el carbón mineral para producir el fuego que habría de convertir en movimiento… Un tesoro energético que estaba enterrado en el subsuelo desde hacía doscientos millones de años. Al usar el carbón mineral para producir fuego, y con él vapor y movimiento, el ser humano se liberó de sus limitaciones físicas, y las de los animales que le ayudaban.
La confluencia entre el carbón, el hierro y el vapor, que sucedió en el sur de Inglaterra en los primeros años del siglo XVIII, habría de cambiar la historia de la humanidad para siempre. Esta historia se inicia con un tostador de malta de Bristol que incursionó en la fabricación de ollas para cocina hechas con hierro fundido, producido con carbón mineral, y al hacerlo dio inicio a la gran industria siderúrgica de Inglaterra: Abraham Darby.
Al mismo tiempo que Darby iniciaba su negocio de ollas de cocina en Coalbrookdale; a pocos kilómetros de allí, en Devon, Thomas Newcomen estaba aprendiendo a robarle una pequeña fracción de energía al inexorable flujo de calor que va de lo caliente a lo frío, para convertirla en movimiento: la máquina de vapor. Medio siglo después, James Watt mejoraría el diseño de Newcomen para apurar el paso de la Revolución Industrial en Inglaterra.
Esta también es la historia de Richard Trevithick, George Stephenson y su hijo Robert, quienes, a principios del siglo XIX, inventaron los trenes y la industria ferroviaria. Es la historia de Isambard Kingdom Brunel, quien construyó barcos metálicos que, sin embargo, flotaban.
Es la historia de un buque metálico llamado Némesis que, en solitario, se enfrentó a toda una flota de juncos chinos y los destruyó, para así imponerle al gran Imperio chino el ignominioso comercio del opio.
Es la historia de Henry Bessemer, quien un día inyectó aire a presión al interior de un crisol con hierro fundido, para hacerlo bramar y votar fuego por su boca como el más temible de los dragones. Pero una vez el crisol se apaciguó, ya no contenía hierro fundido sino acero de alta calidad, producido en cantidades industriales y a bajo costo.
Es la historia de mineros, herreros, constructores de molinos, fabricantes de vajillas, productores de cerveza, médicos, soldados, espías y todo tipo de aventureros de la ciencia que, con su curiosidad y su inteligencia, nos enseñaron qué es el fuego, qué es el calor y qué es la energía.
Es la historia de un grupo de químicos y físicos renegados, que durante todo el siglo XIX construyeron el conocimiento que nos llevó al más fabuloso de todos los descubrimientos: los átomos.
Es la historia de un falso coronel que, en un villorrio de Pensilvania, descubrió petróleo: Edwin Drake; y la de un negociante de carne de cerdo de Cleveland que terminó apoderándose de todo el negocio: John D. Rockefeller.
Es la historia de Franklin Tarbell, un constructor de tanques para petróleo a quien Rockefeller aplastó; y de su pequeña hija Ida, quien años después se encargaría de destruir el imperio petrolero de Rockefeller.
La historia de los taxistas de Paris, que en una noche de septiembre de 1914 transportaron un ejercito fantasma hasta el rio Marne, para detener la ofensiva del ejercito alemán del Mariscal Moltke.
Es la historia de Fritz Haber y de Carl Bosh, quienes inventaron una máquina para convertir el aire en pan, pero al poco tiempo tuvieron que usarla para convertir el aire en explosivos y venenos.
La historia de Thomas Alba Edison, George Westinghouse y Nicola Tesla, quienes crearon las redes eléctricas modernas, pero fueron hechos a un lado por los banqueros que los financiaron.
La historia de ingleses y franceses que, como hienas, desmembraron el cadáver del Imperio otomano, sedientos de petróleo; pero no pudieron evitar que, del otro lado del Atlántico, llegaran unos leones a quedarse con la mejor presa: Arabia Saudita.
La historia de alemanes y japoneses, quienes quisieron arrebatarle esa presa a los estadounidenses, pero, al no lograrlo, decidieron tomarse por asalto el petróleo del Cáucaso y de Indonesia y así desataron la peor tragedia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial.
La historia de un navegante italiano que, en diciembre de 1942, avistó tierra en una cancha de squash de la Universidad de Chicago y desembarcó en el nuevo continente energético del núcleo atómico: Enrico Fermi.
La historia de un coronel al que el ejercito de Estados Unidos le encargó ganar la Segunda Guerra Mundial por su cuenta: Leslie Groves y de cómo este coronel, convertido en general, reclutó a un físico para ejecutar la misión, quien al cabo de tres años habría de convertirse en la muerte, la destructora de mundos: Robert Openheimer.
La historia de cómo dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, fueron evaporadas en una fracción de segundo por bombas que usaban la energía que Fermi, Openheimer y los demás habían aprendido a manipular.
La historia de cómo, en la década de 1950, científicos en Estados Unidos y en la Unión Soviética le arrebataron el secreto del fuego al Sol: la fusión nuclear.
La historia de cómo ese secreto, ahora en manos de los hombres, convertido en armas termonucleares, estuvo a punto de destruir al mundo en el otoño de 1962 y en el otoño de 1983.
La historia de ingleses y soviéticos, que decidieron adaptar los gigantescos reactores nucleares construidos para producir plutonio, para que produjeran a cambio energía eléctrica, con resultados desastrosos: Windscale y Chernóbil.
La historia de cómo, en la década de 1960, los japoneses construyeron dos bombas de tiempo: Fukushima Daichi y Fukushima Daini. En marzo de 2011 una de ellas explotó.
La historia de cómo un presiente de México se enfrentó a dos gigantes y los derrotó. El presidente Lázaro Cárdenas enfrentado a las compañías Royal Dutch Shell y Standard Oil de Nueva Jersey y de cómo, al hacerlo, Lázaro Cárdenas puso en movimiento un dominó que tumbó fichas por todo el mundo durante varias décadas.
La historia de Juan Pablo Pérez Alfonso, el ministro de minas y energía venezolano que, con sus socios del Medio Oriente, puso en jaque a las grandes compañías petroleras, al crear la OPEP.
La historia de Alexei Kortunov, el Héroe de la Unión Soviética, que construyó la gigantesca industria del gas natural de esa nación. Pero cuyo logró más importante fue hacer que ese gas fluyera a través de la Cortina de Hierro hacía Occidente.
La historia de MinGazprom, el legado de Kortunov. Una institución que sobrevivió a varias catástrofes a las cuales no logró sobrevivir la nación que la había creado.
La historia de cómo, luego de la caída de la Unión Soviética, MinGazprom renació de sus cenizas convertida en gigante: Gazprom. Un gigante que, en marzo de 2022, llevó a los mandatarios de la Unión Europea a reunirse de urgencia para buscar la forma de escapar de sus garras.
Pero este libro también cuenta la historia de las consecuencias de todas estas historias.
Una de las leyes fundamentales de la Física, la Segunda Ley de la Termodinámica, nos dice que todo uso de la energía tiene consecuencias que son inevitables: emisión de calor y de contaminantes. Entonces, esta también es la historia de cómo hemos degradado nuestro medio ambiente.
Por ejemplo, es la historia del ser vivo que mayor impacto ha tenido sobre la atmósfera de nuestro planeta en cuatro mil quinientos millones de años: Thomas Midgley. Midgley arremetió en contra de la atmósfera en dos ocasiones: en 1921, cuando inventó un aditivo para la gasolina a base de plomo, y en 1930, cuando inventó el Freón para las neveras.
Durante medio siglo los carros estuvieron esparciendo plomo por todo el planeta y el freón estuvo aniquilando la capa de ozono en la estratosfera. Midgley estaba destruyendo la herencia que nos dejaron algas y cianobacterias desde hace quinientos millones de años. Una herencia que nos ha permitido vivir por fuera de los océanos.
Es también la historia del uso de los combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas natural; cuya quema inyecta dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera. Después de trescientos años de uso indiscriminado de estos combustibles, la contaminación atmosférica ha desatado un calentamiento global.
Es la historia de la degradación de los suelos debido a la agricultura industrial.
La historia de la degradación de los acuíferos subterráneos debido a los sistemas de irrigación que se usan en esa agricultura industrial.
La historia de la contaminación de las aguas de ríos, lagos y mares.
La historia del agotamiento de las fuentes de agua dulce en varios lugares del mundo: por ejemplo, en varias zonas costeras del Mediterráneo, donde la poca agua que queda ya no se usa para la agricultura, sino para alimentar la sed de hordas de turistas que cada verano invaden sus playas, armados con teléfonos celulares, y se refrescan en gigantescas piscinas, mientras que, a sus espaldas, los desiertos continúan su inexorable marcha tierra adentro.
Es la historia de cómo grandes extensiones de selvas tropicales, alrededor del mundo, se han convertido en papel, cosméticos, carne de res y humo.
La historia de cómo, en el sudeste asiático, pantanos y manglares se han convertido en arroz con camarones.
El asalto inmisericorde que el ser humano ha efectuado, desde hace unos diez mil años, sobre todos los ecosistemas a su alcance, ha tenido un impacto ecológico enorme, y de una complejidad que aún no está plenamente entendida.
La huella radioactiva de las pruebas nucleares efectuadas en las décadas de 1950 y de 1960 va a subsistir por cientos de miles de años en nuestra biosfera. Si algún día nos extinguimos, al menos nos queda el consuelo de que vamos a dejar una huella geológica muy clara de nuestro paso por este planeta en forma de isótopos radioactivos.
Juan Carlos Sanabria en el lanzamiento de El Poder del Fuego, junto a algunos de sus estudiantes en la FilBo 2023.
Pero este libro también cuenta la historia de aquellos que han luchado por defender la Tierra, comenzando por los grandes naturalistas de los siglos XVIII y XIX. Alexander von Humboldt, quien vino a Suramérica con el fin de estudiar cómo todas las fuerzas de la naturaleza están entrelazadas y entretejidas de forma armoniosa. Pero que descubrió que el ser humano, con su egoísmo, con su codicia, con su arrogancia y con su violencia, estaba destruyendo esa armonía.
Es la historia de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, quienes nos enseñaron que la naturaleza no está al servicio del ser humano. Ellos demostraron que no somos más que otra especie de seres vivos, entre los millones de especies que evolucionan en nuestro planeta, y que necesitamos de los demás seres vivos para nuestra subsistencia.
Es la historia de Aldo Leopold, quien, ante el desastre apocalíptico del Dust Bowl en las Altas Planicies de Estados Unidos en la década de 1930, vio la necesidad de establecer una ética de la tierra y así intentar salvar al planeta. La actitud equivocada del ser humano hacia la tierra emerge, según Leopold, de que siempre la ha considerado como una «propiedad» y, por tanto, se siente con el derecho de hacer con ella lo que quiera, sin que sus acciones involucren aprensiones de carácter ético o moral.
Leopold reflexionó sobre cómo, en el pasado, algunos seres humanos eran considerados propiedad por parte de otros, los cuales se sentían con el derecho de hacer con ellos lo que quisieran, incluso matarlos. Pero la ética evolucionó y, hoy en día, se considera una verdad universal que ningún ser humano es propiedad de otro. Leopold concluyó que había llegado el momento de dar un nuevo paso en la evolución de la ética para incluir nuestra relación con la Tierra.
El ser humano es miembro de una comunidad y, como tal, está obligado a cooperar para el bienestar de esa comunidad. Pero ¿cuál es la comunidad a la que pertenecemos?: ¿nuestra familia? ¿nuestra tribu? ¿nuestro país? ¿la humanidad? Para Leopold, la comunidad a la que pertenecemos es la Tierra. Es para con ella, y para con su biosfera, que tenemos responsabilidades y obligaciones. Por tanto, por nuestro propio bien, y el de la biósfera, es urgente la búsqueda de una relación armoniosa entre el ser humano y la tierra.
Esta también es la historia de los veintitrés marineros del barco pesquero Daigo Fukuryü Maro, quienes, en marzo de 1954, tuvieron la mala fortuna de encontrarse cerca del lugar donde se llevó a cabo la prueba termonuclear Castle Bravo.
Los marineros del Daigo Fukuryü Maro regresaron a puerto con un cargamento de pescado radioactivo y con síntomas severos del síndrome de irradiación aguda: algo que los japoneses conocían muy bien desde Hiroshima y Nagasaki.
La odisea del Daigo Fukuryü Maro marcó el comienzo de los movimientos pacifistas antinucleares por todo el mundo.
Es la historia de Rachel Carson quien, en 1958, se enteró de cómo las aspersiones con DDT estaban aniquilando la vida silvestre en Nueva Inglaterra, en especial a los pájaros. Con el DDT la humanidad había entrado en la era de los venenos. Carson decidió escribir un libro para denunciar el problema, a pesar de estar muriendo de cáncer. Al momento de escoger el título para su obra, Carson reflexionó sobre cómo, sin pájaros, las primaveras serían silenciosas. Ese sería el título: Primavera Silenciosa.
Juan Carlos Sanabria en el lanzamiento de El Poder del Fuego, firmando algunos ejemplares de su libro en la FilBo 2023.
Estas son historias que todos debemos conocer. Muchas de estas historias deben avergonzarnos, ya que todos somos culpables. Nos encontramos ante una encrucijada como ninguna a la que halla llegado el ser humano en toda su historia. Los problemas que enfrentamos amenazan con producir el colapso de nuestra civilización.
Como ya lo hemos experimentado durante la crisis desatada por la pandemia del virus COVID-19 —y ahora con la Guerra en Ucrania— no debemos asumir que, ante una amenaza existencial de carácter global, la humanidad se va a comportar de forma sensata.
¿Poseemos la voluntad, a nivel individual y a nivel global, para confrontar los problemas ambientales en el siglo XXI? o ¿estamos abocados a que nos golpee una catástrofe sin precedentes antes de actuar? ¿qué tan severa tiene que ser esta catástrofe? ¿cuántos millones de personas deben morir?
La crisis del COVID-19 mostró que el valor de la vida puede cambiar, y mucho. Nos acostumbramos muy rápido a que murieran millones de personas, y encontramos todo tipo de argumentos ingeniosos para justificarlo o para ignorarlo. Entonces, ¿estamos condenados a encaminarnos hacia una catástrofe de proporciones tales que, los profundos cambios que la sociedad necesita, no sean una opción sino un hecho irreversible?
De pronto sí. Pero no debemos aceptar esta respuesta: debemos luchar. Nuestra capacidad para manipular y controlar la energía, primero en forma de fuego y, después, de muchas otras formas, fue la que nos dio el poder sobre los demás seres vivos. Nuestro dominio sobre la energía nos permitió derrotar a todos nuestros rivales y transformar la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades y nuestros caprichos. Gracias a la energía pudimos crecer, invadir y dominar todo el mundo.
Pero ya no tenemos más reinos por conquistar. Estamos atrapados en este planeta de tamaño finito y dependemos de él, y de todos los que lo habitan, para nuestra subsistencia. Debemos firmar una tregua con la Tierra, o de lo contrario ella nos va a derrotar. Los términos de esta tregua son muy claros: debemos dejar de agredir innecesariamente a los demás seres vivos. Debemos establecer una relación de coexistencia con ellos, de forma tal que todos podamos subsistir. ¿Cómo podemos lograrlo?
Para encontrar respuestas a esta pregunta debemos inspirarnos en las vidas de personajes como Humboldt, Darwin, Leopold, Carson, y tantos otros. No podemos permitir que su legado se anule en el olvido al sumergirnos en sórdidos debates sin sentido. La batalla por preservar la vida en nuestro planeta continúa. Una batalla donde el enemigo más temible está dentro de todos, y cada uno, de nosotros.
Una batalla que nos compromete a todos.
Una batalla en la que la búsqueda de culpables en nuestro pasado no nos va a salvar.
Una batalla donde el arma más efectiva es la educación.
La batalla más importante que ha librado el ser humano en toda su existencia: la batalla por el dominio sobre el poder que nos dio el fuego. El libro que hoy les presento aborda muchas historias pero, en realidad, es solo una: es la historia de la energía.
Vea la nota completa en la revista Hipótesis.